Los estudiosos del tema de las distintas culturas han definido la Salud Mental (SM) de las más diversas formas, no existiendo un acuerdo “a profundidad”. No obstante, el concepto abarca varios aspectos a la vez, como el bienestar subjetivo, percepción de la propia eficacia, autonomía, competencia y eficacia; dependencia intergeneracional y autorrealización de las capacidades intelectuales y emocionales, concepto que se ubica más allá de la mera ausencia de trastorno mental (TM). La reciente información procedente de la neurociencia y la medicina conductual, ha ampliado el conocimiento habido acerca del funcionamiento de la mente; su base neurofisiológica, intrincadamente vinculada al desarrollo físico y social y la propia manifestación de la salud.

Pero, no obstante, la SM continúa oculta tras la cortina del estigma y la discriminación en la que ha permanecido durante siglos. La SM es definida por la OMS como: “El estado de bienestar que permite a los individuos realizar sus habilidades, afrontar el estrés normal de la vida, trabajar de manera productiva y fructífera, en aras de ofrecer una contribución significativa a sus comunidades.” A pesar de su importancia, la SM es aún objeto de indiferencia y falta de planeación; y la magnitud, sufrimiento y carga en términos de discapacidad y costos para los individuos, las familias y la sociedad, son abrumadores.

La provisión de servicios que se requieren hoy es muy grande, dado que lo menos 450 millones de personas sufren TM; faltan servicios efectivos y humanos, atención que permita prevenir la discapacidad crónica y la mortalidad prematura. Un apoyo que permita alcanzar una vida más sana y rica vivida con dignidad y, si se puede, con buen humor. La magnitud del problema alcanza cifras alarmantes, baste decir que más de 150 millones de personas sufren de depresión en un momento dado, de las cuales cerca de un millón buscarán quitarse la vida cada año.