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La relación médico-paciente

Núñez Orozco Lilia
Rev Mex Neuroci 2003; 4(6)  : 394.
Fragmento

Cuando ingresamos a la Facultad de Medicina, dondequiera que ésta se encuentre, lo hacemos con la idea de que aprenderemos muchas cosas para curar a las personas enfermas. Durante los primeros semestres de la carrera nunca vemos a ningún paciente, a excepción de los cadáveres donde hacemos las disecciones de las clases de Anatomía, pero obviamente no constituye un buen interlocutor para aprender a establecer la relación médico-paciente. Esta relación inicia cuando pasamos a los cursos clínicos, que empezando desde la Propedéutica, nos permite empezar a tener contacto con los enfermos.

Este primer contacto suele ser bastante acartonado, pues a esas incipientes alturas uno no tiene mucha idea de lo que está pasando y realiza las historias clínicas de una manera bastante mecánica, llevando casi tatuado en la mente un machote en el que poco tomamos en cuenta al paciente como persona, sólo como caso. Mientras más rara la enfermedad, más interesante y mejor, pues el paciente «es un libro abierto en el que se aprende la Medicina», pero pocos maestros le dicen a uno que el paciente es una persona. Más adelante, cuando nos adentramos en el resto de los cursos y vamos conociendo en qué consisten las diferentes especialidades, vamos viendo también estilos de trato hacia los pacientes y los familiares, desde luego en las instituciones de salud (IMSS, ISSSTE, SSa, etc.), donde la mayoría realizamos estos cursos con sus respectivas prácticas.

Desafortunadamente, el exceso de pacientes que se divide en un horario fijo, no permite al médico (generalmente empleado en más de una institución y además con consultorio privado, quizá guardias de fin de semana y de pilón profesor de una materia clínica) dedicarle al paciente más que unos pocos minutos que no le da oportunidad de que pregunte sus dudas o exprese sus miedos y angustias, que seguramente son muchos, en proporción directa a la cronicidad y potencial gravedad de su enfermedad. Los estudiantes miran entonces al médico-profesor actuar y por tanto aprenden que cada paciente es otro más en la interminable serie, lo cual, sin percatarnos desde cuándo ni dónde, va conduciendo a una deshumanización contra la que hay que luchar constantemente, claro, si tomamos conciencia de ella.

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