Con el advenimiento de la tecnología, en vida del paciente podemos desentrañar muchas evidencias de su patología estructural, sin embargo, todavía quedan cosas sin dilucidar a pesar de tener preciosas imágenes que todavía no sabemos a qué corresponden. Es cierto que detectamos más lesiones con la resonancia magnética, pero muy frecuentemente no podemos decidir un tratamiento sin tener la corroboración histopatológica del diagnóstico, ya que las imágenes pueden verse de la misma manera en diferentes enfermedades.

Paralelamente al auge tecnológico hemos estado viviendo una declinación alarmante del número de autopsias en todos nuestros hospitales, pues, o bien no se cuenta ya con la convicción de que los estudios posmortem son necesarios para aprender, o bien la población general está cada vez menos sensibilizada para aportar al avance de la ciencia y fácilmente niega la autorización de realizar necropsia a un familiar recientemente fallecido, apelando a sus derechos humanos.

Recordemos la gran enseñanza que hemos obtenido a lo largo de nuestra preparación cuando asistimos a una sesión anatomoclínica, pero más aún si nos toca discutir el caso, pues entonces ejercitamos verdaderamente la capacidad de análisis y luego de integración de los datos clínicos que, con todo y las imágenes y estudios de laboratorio, cada vez más sofisticados, siguen siendo el pilar del diagnóstico.